Historias reales e inspiradoras que invitan a la reflexión y te motivan a buscar tu propio camino en la vida. Compartimos desafíos y alegrías de familias alrededor del mundo, destacando los valores y habilidades que les han permitido superar los obstáculos y lograr sus objetivos. Esperamos que estas historias te proporcionen inspiración y guía para tomar decisiones importantes en tu propia vida, especialmente en relación a la crianza y la educación de los niños.

“Adiós má, me voy a jugar. Volveré a tiempo para cenar!”

«¡De acuerdo, adiós!»

Corría por toda la casa y entusiasmada buscaba a mi hermana para ir a jugar. La llamaba lista para salir y ella venía con una enorme sonrisa. Avisaba a nuestros padres que también se iba y salíamos a explorar. No sabíamos bien a dónde íbamos, pero eso era parte de la aventura.

Trepábamos árboles y tejados, buscábamos hormigas y lombrices y a veces llegábamos al supermercado en bicicleta para comprarnos un chocolate y comerlo juntas acostadas en el  parque.

No había teléfonos móviles ni whatsapp que nos avise que se acabó el tiempo. Mi hermana y yo llegábamos siempre (o casi siempre) a tiempo para cenar.

Nuestros padres tenían cierto nivel de confianza en nuestras competencias como niñas, sin embargo, en la actualidad ha desaparecido gradualmente.

Nos hicimos adolecentes y nuestra libertad se fue expandiendo. Podíamos salir juntas al cine, a recorrer la ciudad y a probarnos ropa que no podíamos pagar con dinero propio.

A medida que nos convertimos en adultas, nuestra libertad se expandió tanto que compré un ticket “solo ida” para irme a la otra parte del mundo por tiempo indefinido. Prometí a mi hermana enviarle una postal desde cada sitio que visite y es hasta hoy día que sigo utilizando el correo postal para enviar amor (in)tangible. Desde que viajé por primera vez sola, empecé a vivir sin la red de seguridad inmediata de mi unidad familiar.

Como un espiral en constante movimiento, mi confianza y mi autonomía fue creciendo a medida que se expandía mi libertad. Tomé decisiones por mí misma, que eran solo mías, sin la influencia de las redes sociales ni videos de YouTube.

El mundo ha cambiado

Sin embargo, el mundo ha cambiado significativamente desde entonces; el contexto previsto para la infancia y la adolescencia se ha transformado de manera drástica. Como padres, debemos ajustar este contexto y asumir la responsabilidad de proporcionar las condiciones necesarias para que nuestros hijos puedan desarrollar todo su potencial. Necesitamos crear un entorno que les permita convertirse en jóvenes adultos autosuficientes, con la confianza interior de que, aunque no siempre conozcan la respuesta, saben que pueden encontrarla.

Nuestro rol es ofrecer tanto una red de aterrizaje como una plataforma de lanzamiento. Algún día nuestros hijos crecerán y se irán. Y cuando ese momento llegue, sabremos que hemos cumplido con nuestra labor si recorren el mundo con confianza y autonomía, y son capaces de encontrar su camino cuando inevitablemente se sientan perdidos.

El problema es lo que les está pasando a los niños hoy en día.

Colectivamente les estamos fallando a los niños.

Los estamos sobreprotegiendo en el mundo real y desprotegiéndolos en el mundo virtual.

Los adultos jóvenes abandonan el nido con un frágil sentido de sí mismos; uno que se desmorona fácilmente ante las críticas o las diferencias de opinión.

Han crecido con algoritmos que les enseñan versiones miopes del mundo para generar clics, mantener el scroll, activar el píxels y fragmentar su atención.

Cuando se enfrentan a una realidad compleja, impredecible y en constante cambio, sus mundos se sacuden de una manera que muchos de nosotros que nacimos antes de las redes sociales y los teléfonos inteligentes no podemos imaginar.

Queremos criar niños que estén abiertos al debate. Dispuestos a estar en desacuerdo unos con otros y aun así mantener buenas relaciones. Niños que se opongan a la homogenización cultural. Niños que reconozcan que una de las formas más importantes de diversidad es la diversidad de opinión, de pensamiento y de libertad de expresión. Niños que tengan el coraje de ir más allá de sus zonas de confort y motivados a tomar mayores riesgos de vez en cuando.

Lamentablemente estamos haciendo todo lo contrario. Los últimos 20 años, el grupo de personas de nuestra sociedad que debería ser audaz y valiente, capaz de cambiar el mundo y debatir la injusticia, se ha convertido en una sombra de las generaciones anteriores.

Nuestros niños y adolescentes se han vuelto frágiles, delicados y ansiosos.

Los móviles han robado las experiencias que nuestros hijos necesitan para madurar emocionalmente y prepararse para la realidad del mundo adulto. En su reciente libro “The anxious generation” el psicólogo social Jonathan Haidt denomina a los teléfonos inteligentes como «bloqueadores de experiencias» y afirma que la “infancia basada en el juego” comenzó a declinar en la década de 1980 y fue eliminada con la llegada de la “infancia basada en el teléfono” a comienzos del 2010.

Si aún estáis leyendo, creo coincidimos en que esta situación implica consecuencias desastrosas para nuestros niños, nuestras familias y nuestras sociedades.

¿Qué podemos hacer al respecto? Vayamos a ello…

¿Cómo ha cambiado la infancia?

Jugar es la forma favorita de nuestro cerebro para aprender. Diane Ackerman – Ensayista, poeta y naturalista.

Las investigaciones demuestran de manera clara que el juego es esencial para que los niños se conviertan en adultos plenamente desarrollados. Sin embargo, éste ha desaparecido de nuestras calles, ha sido eliminado del currículo escolar y, con demasiada frecuencia, ha sido sacrificado en nombre de la «seguridad» infantil. El juego ha sido reemplazado por el teléfono móvil considerando a este último más seguro.

La libertad de explorar y tomar riesgos apropiados para la edad está siendo despojada desde la niñez a medida que los padres le acercan un teléfono inteligente a sus hijos a edades cada vez más tempranas.

El acceso irrestricto a un mundo digital tiene el potencial de dañar a los niños mucho más de lo que podría hacerlo la libertad en el mundo real.

En lo que Haidt en su libro llama “el gran recableado de la infancia”, describe cómo los niños ahora pasan hasta nueve horas diarias en teléfonos inteligentes y redes sociales, a expensas de actividades saludables y necesarias como estar en persona, comunicarse cara a cara, disfrutar al aire libre, dormir y hacer ejercicio.

Han pasado de la interacción cara a cara en el mundo real a la interacción en línea centrada en la pantalla. ¿El impacto? Crecen con fragilidad de habilidades sociales que resultan vitales para transitar el mundo.

Cuatro diferencias fundamentales entre el mundo real y el virtual

En «The Anxious Generation», Haidt señala cuatro diferencias fundamentales entre las experiencias del mundo real y el virtual que quisiera compartir a continuación:

Interacciones corporales vs. Descorporizadas:

En el mundo real, utilizamos todo nuestro cuerpo para comunicarnos. Comprendemos a los demás y a nosotros mismos con mayor precisión a través del lenguaje corporal, el tono de voz y el contacto físico. Somos receptivos a quienes nos rodean.

En el mundo virtual, las interacciones son descorporizadas, es decir, no se necesita un «cuerpo»; solo lenguaje (o palabras) de otro ser humano o de inteligencia artificial. En el mundo virtual, un toque de sarcasmo o una broma ligera pueden ser fácilmente malinterpretados sin estas señales corporales. Los niños no pueden aprender habilidades sociales saludables en el mundo virtual.

Sincrónicas vs. Asincrónicas:

Las conversaciones en el mundo real tienen un ritmo en tiempo real, permitiendo una retroalimentación inmediata, turnos de palabra y ajustes en nuestro tiempo basados en señales físicas y emocionales.

Las interacciones en el mundo virtual son asincrónicas y las respuestas pueden retrasarse. Por lo tanto, es fácil ser menos empático y comprensivo.

Uno a uno vs. Uno a muchos:

Las interacciones en el mundo real suelen ser uno a uno o uno a pocos, y solo puede haber una interacción a la vez. El mundo virtual implica una cantidad considerable de comunicaciones uno a muchos.

En el mundo real, es mucho más fácil para las personas conectar profundamente y concentrarse en la persona que tienen enfrente. No hay múltiples conversaciones ocurriendo simultáneamente como sucede a menudo en la comunicación en línea, lo que lleva a una presencia fragmentada que se traslada a las interacciones en la vida real hasta el punto de que las personas comienzan a revisar sus teléfonos en medio de una conversación.

Entornos sociales persistentes vs. Transitorios:

Conocer a alguien, hacer y mantener un amigo en el contexto del mundo real requiere un alto nivel de inversión en las relaciones y una disposición a reparar las rupturas cuando ocurren. En resumen, tiene un alto umbral de entrada y salida. La socialización en el mundo virtual es diferente: tiene un bajo umbral de entrada y salida. Las personas pueden bloquear o cancelar a otros. Si algo no resuena, es fácil salir de ahí en lugar de persistir en entender la perspectiva de otro. Las relaciones pueden verse como desechables.

Cuatro cambios simples que podemos hacer

«Imagina que se introdujera un juguete que provocara que los niños durmieran menos, hicieran menos ejercicio y pasaran menos tiempo con otros niños. Los haría increíblemente cohibidos, disminuiría su autoestima y causaría depresión y ansiedad. Eso sería horrible, ¿verdad? Hemos visto la pérdida de una infancia basada en el juego, que los niños siempre han tenido, en favor de una infancia basada en el teléfono. Hace cinco años era posible decir que la relación entre la salud mental y los smartphones no estaba relacionada, pero eso ya no es cierto. Toda la evidencia apunta hacia ello. Jonathon Haidt en «The Anxious Generation» propone un camino alternativo, lleno de esperanza y optimismo. El autor best seller  argumenta que los niños de hoy necesitan que sus padres los desconecten de la infancia dependiente de las pantallas en la que se encuentran y la recalibren hacia el tipo de infancia que los niños vivieron durante generaciones anteriores, una que incluya más independencia en el mundo real y más oportunidades para jugar.”

Por mi parte, en mi libro “EL MUNDO COMO ESCUELA: Hábitos viajeros para criar niños felices” abordo esta misma problemática desde el punto de vista de la experiencia vivencial, a través de los viajes, para mejorar el futuro y la salud mental de nuestros niños y de la sociedad en general.

“Hemos cometido dos grandes errores bien intencionados: sobreproteger a los niños en el mundo real (donde necesitan aprender a partir de una gran cantidad de experiencias independientes del mundo real) y desprotegerlos en línea (donde muchos están siendo gravemente perjudicados, especialmente durante sus vulnerables años de pubertad temprana).” Afirma Haidt.

Para rescatar la salud mental y el bienestar de nuestros hijos Haidt propone cuatro nuevas normas que los padres debemos adoptar:

No a los smartphones antes de la secundaria: Haidt recomienda que antes de la secundaria es crucial no entregar a los niños esta incontrolable fuente de información, desinformación, distracción y bloqueo de experiencias que promueve un móvil inteligente. En su lugar, sugiere proporcionarles un teléfono básico con sólo números y pocos botones, o en una medida aún más radical, nada.

No a las redes sociales antes de los 16: Todos conocemos los efectos ansiógenos, comparativos y aislantes de las redes sociales. Imagina por un momento haber estado inmerso en este mundo antes de que tu cerebro estuviera completamente desarrollado. Imagina que lo que sucedía en la escuela te siguiera a casa. Imagina no tener un refugio seguro. Imagina el bombardeo de estándares y expectativas poco realistas. Imagina pasar por la pubertad (con la sensibilidad que trae) bajo la lupa de las redes sociales… un camino rápido hacia un diagnóstico de salud mental. Retrasar el acceso a las redes sociales hasta los 16 años como mínimo permite a los niños pasar por la pubertad y que sus cerebros se desarrollen más antes de entrar en el mundo de las redes sociales y tal vez tener más capacidad para discernir entre realidad y ficción y desarrollar límites saludables con la tecnología.

Escuelas sin teléfonos: Veinte minutos es el tiempo que tarda un alumno en recuperar la atención cada vez que le llega una notificación al móvil cuando está en clase. Aunque no es lo más grave: la posibilidad de hacer vídeos y fotos a otros compañeros, el visionado de contenido inapropiado y el uso excesivo de las redes sociales llevan tiempo preocupando a familias y docentes, que han exigido la aprobación de leyes para prohibir su uso en las aulas. Y lo han logrado. Haidt dice que las escuelas deben prohibir los teléfonos para permitir que los estudiantes interactúen y hablen entre ellos en los recreos en lugar de mirar sus teléfonos.

Entre los países que lo han prohibido se encuentran Francia, que fue pionero en Europa, aprobando la medida en 2018, Finlandia, Suecia, Grecia e Italia, que deja la prohibición en manos de los profesores. Países Bajos, por su parte, introducirá la prohibición en 2024. Además, según Environmental Health Trust, otros países como Israel, China, Australia, Nueva Zelanda, Ontario, Ghana, Ruanda y Uganda también los prohibieron.

Más independencia, juego libre y responsabilidad en el mundo real: Desde finales de los años 70, la confianza social ha disminuido y los padres se han vuelto sobreprotectores y temerosos. Esto ha llevado a menos tiempo con otros niños y menos tiempo al aire libre. Siendo reemplazado, claramente, por pantallas y tareas.

Para que los niños aprendan a ser independientes y autónomos, necesitan que se les devuelva su infancia. Necesitan juego libre y actividades físicas, tomar riesgos apropiados para su edad y aprender sobre el mundo a través de la experiencia. Esto les permite desarrollar habilidades sociales de forma natural, superar la ansiedad y convertirse en jóvenes adultos autosuficientes.

Devolviendo la infancia a los niños

Los navegantes más hábiles son aquellos que se aventuran en aguas turbulentas, desafiando las olas y las corrientes. Por otro lado, aquellos que permanecen en la seguridad del puerto suelen carecer de la destreza necesaria para sobrellevar los desafíos marinos. Cuando llega una tormenta feroz, son los barcos en alta mar los que demuestran su resistencia, mientras que los que están resguardados en el puerto pueden verse fácilmente superados por las adversidades.

De manera similar, los niños que son sobreprotegidos y resguardados del mundo real se desmoronan cuando enfrentan desafíos. No han tenido la práctica necesaria para desarrollar resiliencia, cultivar un fuerte sentido de sí mismos o manejar la adversidad de manera efectiva. Como padres, tenemos una decisión que tomar. ¿Vamos a permitir que el mundo virtual nos robe a nuestros hijos… de nosotros? ¿De sí mismos? ¿O vamos a hacer todo lo que esté en nuestro poder para asegurarnos de que nuestros hijos permanezcan en el mundo real? Un mundo real que les garantiza navegar las aguas de la vida con confianza, fortaleza y resiliencia.

Leer «The Anxious Generation» como madre de dos niños, de ahora 3 y 6 años, me hizo sentir una mezcla de emociones: enojo, tristeza, asco, empoderamiento, inspiración y determinación.

Ya lo sospechaba antes de su lanzamiento y mi propia intuición me hizo crear este espacio al que llamo “EL MUNDO COMO ESCUELA”.

Pero este libro revelador me dio la esperanza para afrontar tecnología antes que sea tarde para mis hijos en pleno desarrollo. Posicionarme como el adulto que mis hijos necesitan, enfrentando la tormenta que sé que se avecina.

Tuve una infancia que nutrió mi resiliencia, mi determinación y mi capacidad de mantenerme conectada a mi intuición. Sé, aparte de la investigación y la evidencia, que algo en la gran reconfiguración de la infancia no está bien.

En mis reflexiones en el artículo LA EMOCIONALIDAD COMO SALVAGUARDA DE LA HUMANIDAD FRENTE A LA IA abordo en profundidad porqué es importante que nos demos cuenta de que la tecnología no puede reemplazar ciertas facetas de la experiencia humana.

La amenaza de la tecnología

Cuando las grandes empresas invierten en estudiar el cerebro de los niños no para asegurar su bienestar mental o promover su salud emocional sino para determinar las mejores formas de secuestrar, manipular y aprovecharse de la inmadurez de nuestros hijos… tenemos un problema.

Cuando la tecnología fomenta que los chicos de 15 años se vuelvan adictos a la pornografía, consigan una novia chatbot de inteligencia artificial y se escondan del mundo en el sofá de sus padres… tenemos un problema.

Cuando las chicas adolescentes están perdiendo 20 horas de sus vidas cada semana en el espacio vacío que es las redes sociales, robándoles su autoestima… tenemos un problema.

Y si los padres no abrimos los ojos, si nos quedamos de brazos cruzados, esperando lo mejor… tendremos un problema.

Todo lo que hacemos como padres conscientes es más fácil en comunidad, pero esto… es imperativo que actuemos juntos. Que nos unamos en este tema y afrontemos el problema dando lugar a un nuevo plan de acción.

“Nunca dudes que un grupo pequeño de ciudadanos reflexivos y comprometidos puede cambiar el mundo; de hecho, es lo único que ha sucedido alguna vez.” Margaret Mead

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El “Worldschooling” tiene muchas definiciones. A algunas personas les encanta y otros se muestran escépticos. Hay educación con libros o sin ellos, con programas tradicionales o con las experiencias mismas como maestras. Particularmente, he utilizado al mundo como escuela durante los últimos años y creo que viajar ha arruinado mi vida de varias maneras:

Contraje un virus que no se cura

El “Wanderlust” o  “Sindrome del eterno viajero” es un trastorno que no se cura jamás. Trae aparejado efectos colaterales como el FOMO (del inglés fear of missing out, «temor a dejar pasar» o «temor a perderse algo»). Es eterna porque siempre que vas al sitio que querías conocer, te encontrarás a alguien que ha estado en otro diferente y entonces quedará pendiente en tu lista, y por cada sitio que vayas irás sumando varios más, de manera que nunca tendrás suficiente.

Ni siquiera una vuelta al mundo te bastaría, porque transitandolo por diferentes caminos podrías dar infinitas vueltas a éste.

La buena noticia es que es una enfermedad que nos salva la vida. Os invito a ver el cortometraje de de los chicos de algoquerecordar.com que explica en maravillosas imágenes la relevancia de este virus.

¡Y atentos papis: Protejan a sus niños, no existe cura!

Me he vuelto pretenciosa

Me comprometí con mi esposo frente a la torre Eiffel. Escalé los Himalaya. Comí frutas tropicales en sus países de origen. Alcé a un Kiwi, acaricié canguros y koalas. Sobrevolé los glaciares de Nueva Zelanda en helicóptero y bailé salsa cubana con un bailarín en Cuba. Naturalmente, me he vuelto un poco exquisita. Ninguna iglesia es tan fantástica como la Capilla Sixtina. Ningún queso es tan delicioso como la mozzarella recién hecha en el sur de Italia. Ninguna celebración es tan alegre como los carnavales de Colombia. Ninguna ruina es tan fantástica como Angkor Wat. Claramente, estoy arruinada de por vida.

Tengo más amigos de los que puedo mantener

He conocido a tanta gente increíble a lo largo de mis viajes que me resulta difícil mantenerme en contacto con todos ellos. Muchos de mis amigos son adultos, adolescentes o niños más pequeños. Viajar me ha permitido hacer amistad con personas de todas las edades y culturas. Pero me resulta imposible mantener contacto cotidiano con todos ellos. Aun así, siempre que planifico un viaje tengo a quien llamar para que me reciba con un cálido abrazo nomás bajar del avión.

¡Necesito explorar para vivir!

Después de haber vivido gran parte de mi vida viajando, permanecer en un lugar durante mucho tiempo me resulta realmente difícil. Siempre estoy buscando una nueva aventura, me encanta ver y experimentar cosas nuevas y, aunque puedo quedarme en un lugar por un tiempo sin demasiada incomodidad, prefiero estar explorando al aire libre el mundo que me rodea.

Encuentras los mejores profesores

Muchos nos quejamos de los docentes que nos han tocado, incluso muchos padres y madres se quejan actualmente de los profesores de las escuelas de nuestros hijos; que son malos, estrictos, gritones… Honestamente, los profesores que conocí en mis viajes por el mundo siempre han sido fantásticos. Cubanos enseñándome a bailar, innumerables hippies con quienes aprendí de arte, lecciones de cocina impartidas por lugareños, religiosidad y fe de la mano de un sabio indio y un sinfín de personas más. No es necesario ser un profesor certificado para tener una increíble riqueza de conocimientos para compartir. Como seres humanos, aprender debería ser una de nuestras mayores alegrías en la vida. Viajar me ha expuesto a tantas cosas que han cambiado mi forma de ver el mundo y a quienes lo habitan. Mis profesores han sido tan variados y sorprendentes que nunca encuentro nada malo que decir sobre ellos.

Tuve que aprender mucho

Es inevitable aprender más viajando que en un salón de clases cuando pasas años inmersa en otras culturas. No soy desescolarizada, de hecho tengo 3 títulos universitarios. Pero no hubo mejor maestro de geografía, historia, arte o música que las experiencias de primera mano. Aprendí a  interactuar con personas cuyo idioma yo no hablaba ni entendía y a estar fuera de mi zona de confort en reiteradas oportunidades. Tuve que aprender de empatía, de respeto y de negociación. Tuve que interiorizarme en religiones y tradiciones ajenas y hasta aprender varias palabras en idiomas que ni siquiera sabía que existían.

¡Familias no viajen…hacerlo puede arruinar vuestra vida! ¡Es demasiado bueno para vuestro cerebro! Demasiado de algo bueno no puede ser saludable, ¿verdad? Al menos eso es lo que me digo a mis hijos sobre los dulces.

Los castillos no siempre me sorprenden

Sabes que viajar te ha arruinado la vida cuando ves un castillo y lo consideras una parte normal del paisaje. No me malinterpreten, adoro explorar nuevos lugares y siempre estoy dispuesta a pasar otro día en un castillo o vivir una aventura al aire libre. Pero después de ver docenas, si no cientos de castillos en Europa, dejé de fotografiarlos la mayoría de las veces. Peor aún, esto a veces se extiende a increíbles mercados del tercer mundo, a algún animal exótico o incluso paisajes naturales. Constantemente tengo que recordarme a mí misma que debo dejarme sorprender y entonces practico hábitos que me ayuden a ver lo inusual en lo familiar.

En mi libro “El Mundo como Escuela: Hábitos viajeros para criar niños felices” describo como desarrollé el hábito de Sorprendizaje, para sorprenderme y aprender durante toda la vida.

Viajo más de lo que juego

Mis hijos y yo podemos ubicar un país en el mapa más rápido de lo que podemos matar a un zombie en un videojuego, y podemos empacar una mochila con todos los elementos esenciales más rápido de lo que nuestros amigos pueden pasar un nivel del Minecraft. ¿Eso es bueno o malo? ¡Depende de a quién le preguntéis! No me importa mucho, aunque algunos piensan que estamos locos por no importarnos.

​No tengo una casa.

Mi hogar es donde está mi corazón, o donde aparco la autocaravana. ¡El mundo entero es mi hogar!

Comprendí que “casa” no es lo mismo que hogar y que el hecho de no tener una casa propia para vivir significa en realidad no estar atada a un solo lugar.  Puedo sentirme cómoda casi dondequiera que esté, siempre que esté acompañada de mi familia.

¿A dónde quisiera una casa? ¿Nueva Zelanda? ¿Australia?¿Colombia? ¿México? Sinceramente no lo sé. Mi primera gran aventura fue en Nueva Zelanda y tengo una conexión especial con ese país. Pero luego está Australia con su extensa biodiversidad y su atractiva movida cultural. O Colombia con la alegría de su gente si no es México con sus payas paradisiacas y su bagaje histórico. Por no hablar de todos los demás países que hay en este espectacular planeta.

¿Cómo podría decidir? Por extraño que parezca, encuentro que estoy en casa dondequiera que esté, y que no tener una casa en realidad es mi fuente de libertad.

¿Tu que crees? ¿Viajar puede realmente arruinar nuestra vida?

Me encantaría leerte en los comentarios.