¿Porqué abandonar la disciplina tradicional?
Los niños pequeños son brillantes. ¿no es cierto? Viven el momento presente, son capaces e inocentes. Y quizás mi rasgo favorito: son auténticos. Viven sin filtro, son los humanos más honestos del planeta. Son ellos mismos sin disculparse. Pero, quizás también sean los humanos más incomprendidos del planeta. Pero¿porqué que debemos abandonar la disciplina tradicional?
Nosotros como adultos, hemos olvidado lo que es ser un niño pequeño. Ser pequeño y dependiente. Estar en constante aprendizaje. Sentir solo una emoción (fuerte) a la vez sin tener las herramientas para controlarla. En la niñez se experimenta el desarrollo cerebral más rápido de la vida y te cuento más abajo la importancia de esto.
Nuestra cultura occidental pone el foco en los berrinches de los niños pequeños, mientras ponen a prueba nuestros límites actuando incivilizados y descorteses. Esta mirada puede hacernos sentir que estamos perdiendo el control, o que somos ‘malos’ padres, que estamos fallando.
Y así, se nos anima a controlar a nuestros hijos dando uso a nuestro poder.
La paternidad convencional se enfoca en modificar el comportamiento superficial y recurrir a tácticas como castigos, penitencias, amenazas, sobornos y recompensas bajo la justificación de que perpetuar una jerarquía de dominación de alguna manera está sirviendo al bien común.
Y cuando estas tácticas de miedo no funcionan… intensificamos el castigo.
Pero… ¿y si no hay absolutamente nada malo con nuestros hijos? Nada que arreglar. ¿Qué pasa si el problema es la falta de conocimiento, comprensión y empatía dentro de nuestra sociedad? ¿Y si estas técnicas amenazan con erosionar la influencia más importante que tienen nuestros hijos: nuestra relación con ellos?
La sociedad occidental espera un enfoque de crianza basado en los deseos de un adulto en lugar de las necesidades de un niño. Pero, ¿y si, a través de nuestra relación, la comprensión de la psicología infantil y el desarrollo del cerebro, y un cambio de perspectiva, pudiéramos encontrar una manera de estar en armonía con nuestros ellos y crecer juntos?
Profundicemos un poco más en la ciencia del crecimiento. Tratemos de entender por qué los niños pequeños se comportan de la manera que lo hacen para que podamos sentir confianza y gratitud mientras estamos a su lado, guiándolos con paciencia y compasión en esta aventura y en este viaje llamado niñez.
Índice
Etapas evolutivas del cerebro
A medida que los humanos evolucionaron para caminar sobre dos piernas en lugar de cuatro, el tamaño de la pelvis tuvo que reducirse considerablemente. Para las mujeres, el parto se volvió más desafiante; evolucionamos para dar a luz a nuestros bebés en una etapa mucho más temprana de desarrollo para que la cabeza de un recién nacido pudiera pasar con seguridad a través del canal de parto más estrecho. Algunos dicen que, en comparación con otros mamíferos, los humanos nacen solo a la mitad de la gestación, como los marsupiales que completan su desarrollo fuera del útero materno.
Sin lugar a dudas, la compensación biológica de este nacimiento prematuro implica un cerebro subdesarrollado, un bebé inmaduro, indefenso y dependiente.
Comparado con otros mamíferos, el cerebro humano es diminuto al nacer; un mero 25% de su tamaño adulto final. Otros animales tienden a tener cerebros infantiles más grandes para ayudarlos a sobrevivir. Los búfalos, por ejemplo, necesitan poder correr con la manada solo unos minutos después del nacimiento, sus cerebros relativamente maduros los ayudan a correr y responder adecuadamente cuando aparece un depredador.
Pero la madre naturaleza siempre tiene una estrategia de supervivencia. En el caso de los humanos la respuesta es: Mamá y papá. Los bebés (y los niños pequeños) están diseñados para mantenerse cerca nuestro la mayor parte del tiempo, si no todo el tiempo, para protegerse.
Estamos diseñados para formar vínculos seguros por una razón: para que nuestra especie sobreviva y prospere. En consecuencia, nuestras interacciones con nuestros hijos, ya sean positivas o negativas, afectan la forma en que crecen sus cerebros.
El Instituto Nacional de Salud Mental sugiere que el cerebro no madura completamente hasta mediados de los 20 años. El lóbulo frontal, responsable del juicio, la planificación, la evaluación de riesgos y la toma de decisiones, es la última región en completar el desarrollo alrededor de los 30 años.
Esto para nosotros, los padres, significa que debemos ser pacientes y compasivos con nuestros hijos. Que los niños a menudo son incapaces de cumplir las expectativas poco realistas que ponemos en ellos. Significa que no importa cuán inteligente creamos que es nuestro hijo de 5 años, no importa cuánto deseemos que pueda racionalizar y razonar, simplemente no tiene el cerebro de un adulto. Podemos esperar que los niños se comporten con autodisciplina y autocontrol, pero hasta que sus cerebros maduren, es nuestra responsabilidad guiarlos (y «prestarles» nuestra corteza prefrontal hasta que la suya madure).
¿Cómo la crianza positiva fomenta el desarrollo saludable del cerebro?
Como especie, somos adaptables precisamente porque estamos inacabados al nacer. Los niños “construyen” un cerebro que se adapta mejor al entorno que experimentan. La asombrosa cantidad 790 conexiones neuronales se forman en el cerebro cada segundo, lo que equivale a más de mil billones de conexiones para el tercer cumpleaños de un niño.
Pero el proceso de desarrollo del cerebro no termina a los tres años; cuando los niños llegan a la adolescencia, el número de conexiones neuronales se reduce a la mitad de mil billones a quinientos billones en un proceso llamado poda neuronal.
Entonces, ¿por qué el cerebro crearía más conexiones de las que necesita, solo para descartar las extras?
La respuesta está en la interacción de factores genéticos y ambientales. Si bien la genética proporciona un modelo, es el entorno de un niño y sus experiencias las que llevan a cabo la construcción, formando el cableado esencial del cerebro. El uso repetido de caminos particulares fortalece las conexiones individuales.
La fuerza de las conexiones es vital en el desarrollo de habilidades de regulación emocional. Por eso es fundamental que proporcionemos a nuestros hijos experiencias que contribuyan a un desarrollo cerebral saludable. Por ejemplo, un niño que experimenta un estrés excesivo desarrollará más la parte del cerebro responsable de la respuesta de lucha, huida y congelación (tronco encefálico). Es más probable que estos niños se conviertan en adultos con trastornos de ansiedad y estrés, porque ha aprendido a sobrevivir en alerta máxima.
En contraposición, un niño que experimenta cariño y capacidad de respuesta puede dedicar su energía a desarrollar la parte del cerebro responsable de la regulación emocional (la corteza prefrontal). Es más probable que estos niños se conviertan en adultos tranquilos y emocionalmente estables. ¿Por qué? Porque sus primeras experiencias de interdependencia y capacidad de respuesta sugieren que su mundo es seguro y que pueden confiar en quienes los rodean.
Cuando trabajamos la empatía, los bebés y los niños pequeños se convierten en niños que naturalmente confían en el mundo. Y los niños confiados se sienten preparados a la hora de aventurarse y explorar de forma independiente. Así es como se desarrolla la verdadera independencia.
¿Por qué los niños pequeños necesitan crisis?
Los niños pequeños acumulan hormonas del estrés a medida que se enfrentan a los desafíos de la vida diaria. Pero la parte del cerebro que les permite expresar emociones fuertes verbalmente (la corteza prefrontal) aún no está completamente desarrollada. Esto significa que los niños pequeños pueden experimentar una emoción intensa, pero no tienen la capacidad de verbalizarla ni de lidiar con ella.
Entonces, la madre naturaleza diseñó a los niños pequeños con un método infalible para liberar la sobrecarga emocional: crisis (o berrinches).
Nuestros hijos no disfrutan de las rabietas. No “hacen” una rabieta intencionalmente para manipularnos. Las rabietas están fuera del control consciente de un niño pequeño.
Cuando las emociones los abruman, su cerebro no puede mantener un control racional, y para restablecer el equilibro necesitan liberar sus sentimientos y frustraciones.
Mirándolo desde este punto de vista, las rabietas son una oportunidad para conectarnos y profundizar la confianza que nuestros hijos ya tienen en nosotros.
Las rabietas son una oportunidad para aprender como padres, para profundizar, apoyarse y ayudar a nuestro hijo en la forma que necesita. Es una oportunidad para mejorar nuestro rol como padres/madres.
¿Cuál es la mejor manera de lidiar con una rabieta?
En primer lugar, recordemos que una rabieta no es un reflejo de nosotros mismos. Repitamos esto: la rabieta de nuestro hijo no es un reflejo nuestro o de su crianza. Lo que es un reflejo de ti es tu respuesta a la rabieta. ¿Podemos encontrar el coraje para ignorar a las expectativas culturales y ser la calma en la tormenta de nuestro hijo? No podemos controlar a otra persona, pero podemos elegir nuestra respuesta.
Recuerda que las rabietas son normales y son saludables.
Tomar una respiración profunda. Cerrar los ojos por un momento si es necesario. Hacer lo que haya que hacer para centrarnos. Somos nosotros la brújula de nuestro hijo. Somos su guía; necesitan sentir la seguridad de que estamos a cargo, que los respaldamos y que pueden confiar en nosotros cuando sienten que se están ahogando en un mar de emociones salvajes.
Sentémonos pacientemente con nuestro hijo.
¿Qué necesidades insatisfechas podrían ser la base de sus emociones fuertes? Digamos lo que vemos, sin juzgar.
Démosle palabras para que puedan entender sus emociones. “Estás tan molesto. Pareces triste. Estás llorando…”
Recordemos, esto no se trata de nosotros.
De nada sirve racionalizar o usar la lógica, créeme lo intentado… el cerebro de nuestro hijo es todo emoción en este momento. Primero conectemos a nivel emocional y luego, una vez que esté tranquilo/a, resolveremos el problema juntos.
Al reconocer sus enojos y frustraciones, aceptar sus emociones y darles un poco de tiempo, estamos fortaleciendo la creencia de nuestro hijo de que el mundo es un lugar seguro. Que nosotros como padres los aceptamos y los amamos incondicionalmente. Que no existen las “buenas” o las “malas emociones”. Que les ayudaremos a regular sus emociones y explorar sus sentimientos sin importar cuán desordenados puedan estar.
Un libro que nos encanta a los niños y a mí, es El Mounstro de Colores que puedes conseguir en Amazon. El primero es una opción con Pop-Up y el segundo la versión ilustrada.
Por qué debemos abandonar la disciplina tradicional?
El enfoque convencional puede sugerir una penitencia, una amenazar o castigarlos de alguna manera arbitraria. Si nuestra intención es educar abordaremos la situación de una manera; si nuestra intención es castigar, lo que haremos es dañar. Aprender a manejar estas situaciones es una amabilidad sin perder por ello firmeza. Cuando uno ocupa la culpa y castigo hay dureza, desde ahí no puede crecer nada bueno.
Porque cuando los niños pequeños se sienten abandonados, ignorados e invalidados, se vuelven ansiosos. La rabieta puede detenerse temporalmente, pero corre el riesgo de crear una profunda inseguridad a largo plazo.
Si no contamos como un «fracaso» el hecho de tropezar mientras aprenden a caminar, ¿por qué lo tomamos con dureza cuando tropiezan con su crecimiento emocional?
La disciplina tradicional se ha convertido en sinónimo de castigo. Al preguntar a otros padres cómo definían la disciplina el concepto es «entrenar a las personas para que obedezcan las reglas o un código de comportamiento, utilizando el castigo para corregir la desobediencia». Pero el significado original de la palabra proviene de sus orígenes latinos, que significa «instrucción». Y disciplina deriva de la palabra latina discere, que significa ‘aprender’.
Las técnicas tradicionales de disciplina son, desde mi punto de vista, una forma perezosa de lidiar con el comportamiento incomprendido, que en la mayoría de los casos se deriva de la necesidad válida e insatisfecha de un niño. También ponemos la mayor parte de la responsabilidad en el niño y muy poca en nosotros los padres.
Todos los días, de cien maneras, nuestros hijos preguntan:¿Me ves? ¿Me escuchas? ¿Importo? Su comportamiento a menudo refleja nuestra respuesta.
La compasión y la orientación empática ayudan a los niños pequeños a desarrollar un cerebro que puede regularse emocionalmente en unos pocos años. Alrededor de los seis años, el sistema nervioso de un niño está casi completamente cableado. Se establece la capacidad de confiar, calmarse y empatizar.
Los niños que han tenido padres compasivos, receptivos y positivos llegarán a comprender y autorregular sus emociones la mayor parte del tiempo. Se sentirán seguros. Construirán vías neuronales dentro del cerebro para entregar bioquímicos calmantes que ayudan a regular emociones como el miedo y la ira. Se convertirán en adultos que se sienten cómodos consigo mismos y con las emociones de otras personas, por lo que podrán conectarse profundamente con los demás.
Puede sentirse abrumador en el momento con un niño que está haciendo un berrinche, pero consolémonos sabiendo que el esfuerzo y los sacrificios que hagamos valen la pena. Dentro de unos años, nuestros hijos no recordarán lo que dijimos, pero recordarán cómo los hicimos sentir.
Si quieres profundizar en otros hábitos de crianza saludable te invito a leer «La importancia de los hábitos» o a participar de un curso online de hábitos viajeros en donde profundizamos en una crianza menos tradicional.
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